La música tiene la capacidad de unir y expresar emociones profundas, y en el caso del flamenco, esta conexión se vuelve aún más intensa. La reciente pérdida de Sabu Porrina, un percusionista excepcional y un ícono del cajón flamenco, nos recuerda cómo la fatalidad puede golpear con fuerza a una familia, dejando un vacío que será difícil de llenar. Su legado en la música flamenca y su influencia en generaciones de artistas perdurarán en el tiempo, y su historia merece ser contada en toda su profundidad.
Un legado familiar en la música flamenca
Sabu Porrina, cuyo nombre real era Sabú Suárez Escobar, nació en el emblemático barrio de San Blas en Madrid. Creció en un hogar impregnado de música, donde el cajón se convirtió en su juguete favorito desde una edad temprana. Este instrumento, que había sido traído desde Perú por Paco de Lucía y Rubem Dantas, fue rápidamente adoptado por una generación de músicos flamencos que exploraron sus posibilidades rítmicas. La influencia del cajón en el flamenco transformó la manera en que se percibía y se interpretaba este arte.
Los hermanos Suárez, Sabu, Ramón e Israel El Piraña, se convirtieron en figuras prominentes en la música flamenca, y Sabu demostró un talento excepcional desde su infancia. A los ocho años, ya tocaba en bodas y celebraciones familiares, guiado por la pasión que compartía con su familia y el deseo de hacer vibrar el alma de quienes lo escuchaban. Fue en el Suristán, un famoso tablao madrileño, donde realizó su debut junto a su padre, Ramón El Portugués.
Las conexiones que construyeron su carrera
El destino quiso que un joven Sabu se encontrara con el famoso bailaor Antonio Canales, quien lo vio tocar en una de las juergas familiares y le dijo: “El niño se viene con nosotros”. Esta frase marcó un antes y un después en la vida de Sabu, quien no solo encontró una oportunidad profesional, sino también un camino para explorar su pasión por la música. Las anécdotas que compartió a lo largo de su vida revelan una personalidad carismática y una conexión especial con su familia, como cuando, a los trece años, se dio cuenta de que no estaba inscrito en el libro de familia y su padre tuvo que correr a solucionar el tema para que pudiera obtener su pasaporte.
Su influencia en el cajón flamenco
La carrera de Sabu estuvo marcada por colaboraciones con algunos de los nombres más destacados del flamenco y la música en general. Artistas como Paco de Lucía, Tomatito, Diego El Cigala, y Joaquín Cortés encontraron en su talento un aliado perfecto. Sabu no solo era un percusionista excepcional, sino que también se caracterizaba por su capacidad de fusionar el flamenco con otras influencias, como el jazz y la música latina. El contacto y aprendizaje junto a gigantes de la percusión como Changuito y Tata Güines enriquecieron su estilo y lo hicieron aún más versátil.
Los escenarios del Café Berlín, Candela y Casa Patas se convirtieron en sus segundos hogares, y allí se destacó no solo por su virtuosismo, sino por su sencillez y camaradería. Sabu era conocido por su filosofía musical: “Cuando tocas de cabeza no fallas, pero cuando tocas de corazón puedes equivocarte. Hay que ser humano, no una máquina”. Este enfoque reflejaba su deseo de transmitir emociones auténticas a través de su arte.
La conexión entre música y vida
Para Sabu, la música no era solo una carrera; era una forma de vida. No podía distinguir entre la música y la existencia misma, ya que ambas eran inseparables. Este vínculo profundo con el arte que amaba se tradujo en una dedicación incansable y un compromiso con la verdad en su expresión musical. Su vida y su música se entrelazaban de tal manera que, al final, su legado es un reflejo de su esencia.
A lo largo de su trayectoria, Sabu vivió experiencias que lo marcaron profundamente. Desde sus primeros toques en casa hasta colaborar con artistas de renombre mundial, su viaje fue una exploración constante de la creatividad y la autenticidad. Su carrera dejó huella en el corazón de quienes compartieron momentos con él, y su pérdida representa un vacío en la comunidad flamenca.
Un adiós que deja huella
La noticia de su fallecimiento ha dejado a la comunidad flamenca en un estado de luto profundo. Los ecos de su música resuenan en cada rincón donde una guitarra se rasguea o un cajón se golpea, y su legado perdurará. El mismo Sabu que nunca dejó de ser un niño tocando para su familia ha dejado un impacto imborrable en el flamenco.
Su muerte es un recordatorio desgarrador de la fragilidad de la vida y cómo, a veces, el destino puede ser implacable. La casa de los Porrina y el mundo del flamenco lloran su partida, inconsolables ante un adiós que se siente demasiado cruel. Su historia, rica en talento y amor por la música, quedará grabada en la memoria colectiva de quienes valoran el arte y el espíritu del flamenco.



























