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Fiebre del Cante, un festival de flamenco ortodoxo y canalla

-Mamá, tengo fiebre
-Hijo, eso es que vas a dar un estirón.

Esta conversación, tan común en la infancia, evoca una sensación de crecimiento y transformación. En el contexto del festival La Fiebre del Cante, esta «fiebre» representa un desarrollo cultural significativo en el mundo del flamenco. Este evento ha crecido y se ha consolidado como un espacio de encuentro que trasciende las fronteras de lo tradicional, convirtiéndose en una plataforma donde se celebra tanto la ortodoxia como las expresiones más innovadoras del flamenco. El éxito de público y la atmósfera vibrante que se vivió durante el festival son prueba de que este formato es necesario y bien recibido, llenando un vacío en la oferta cultural flamenca actual.

Lejos de la inmediatez del periodismo, he decidido tomarme un tiempo para reflexionar sobre lo vivido en este festival. A través de fotos y recuerdos, revivo las emociones, las conversaciones y la auténtica realidad flamenca que me rodeó en La Fiebre del Cante. Me entristece que la prensa especializada no haya cubierto adecuadamente el evento, dejando un vacío informativo sobre esta experiencia única. A pesar de ser cordialmente invitados por Pedro Lópeh y Moisés de Morón, Expoflamenco no pudo estar presente en ediciones anteriores, lo que limita la difusión de este festival tan singular.

La Fiebre del Cante es un festival privado y autogestionado que no depende de subvenciones. Se financia gracias al trabajo de muchos y a la venta de entradas, lo que lo convierte en un modelo de sostenibilidad cultural admirable. En un entorno donde las festividades a menudo están marcadas por presupuestos inflados y prácticas poco éticas, este festival se alza como un ejemplo de cómo los aficionados al flamenco pueden crear algo hermoso y significativo. La colaboración con la Peña Flamenca La Bambera de Sevilla ha sido crucial, y Marinaleda ha proporcionado el espacio necesario para que los asistentes pudieran disfrutar del festival, incluso alojándose en colchones en el pabellón deportivo local.

Un festival que une tradición y modernidad

La Fiebre del Cante no es solo un evento musical; es un punto de encuentro donde la tradición flamenca se fusiona con propuestas contemporáneas. Durante el festival, se programó exclusivamente cante, sin baile ni actuaciones de guitarra solista, lo que se convierte en una reivindicación de la esencia del flamenco. Este enfoque ha permitido que el festival se distinga, creando una identidad propia que resuena con los aficionados más puristas y con aquellos que buscan nuevas experiencias.

Las actividades se desarrollaron principalmente en la Casa de la Cultura y la Sala Palo Palo, donde se llevaron a cabo sesiones más experimentales. Este ambiente de colaboración ha fomentado un diálogo entre dos instituciones que normalmente operan de manera aislada. La atmósfera durante las noches del festival fue electrizante, con tanto aficionados regulares como nuevos visitantes que se unieron a las celebraciones. Los asistentes recibieron una chapa como recuerdo, mientras que las autoridades del pueblo servían en el ambigú, contribuyendo así a la causa del pueblo saharaui.

Artistas destacados y momentos inolvidables

El festival se inauguró con el cante de La Divi, quien, acompañada por José Luis Medina y otros músicos, ofreció un repertorio clásico que mostró su dominio y versatilidad. Desde marianas hasta soleás, su actuación fue un viaje a través de la rica tradición flamenca. Destacó especialmente en los tangos, que rindieron homenaje a Juana la del Revuelo, dejando al público atónito.

  • Ezequiel Benítez también brilló en su recital, transmitiendo emociones profundas.
  • La fusión de su cante con la guitarra de Paco León creó una atmósfera íntima y conmovedora.
  • La noche concluyó de manera innovadora con el flamenco-trap de Marenkarma y Da Mopa, quienes exploraron nuevos horizontes.

Estas actuaciones no solo representaron un homenaje a las raíces del flamenco, sino que también abrieron la puerta a nuevas formas de expresión que atraen a las generaciones más jóvenes. La mezcla de estilos y la inclusión de elementos contemporáneos hicieron de este festival un evento único que trasciende las barreras generacionales.

Actividades complementarias y charlas enriquecedoras

Una de las características notables de La Fiebre del Cante es su compromiso con la educación y la toma de conciencia social. En la segunda jornada, los asistentes tuvieron la oportunidad de visitar la Finca El Humoso, un proyecto cooperativista que promueve la autosuficiencia y la sostenibilidad. Esta visita fue guiada por el economista Óscar García Jurado, quien explicó la importancia de la economía colaborativa en el ámbito cultural.

La programación también incluyó una charla de Nando Cruz sobre las «usurpaciones y estrategias de autodefensa» en la música en vivo, donde se analizó el impacto de los macrofestivales en la cultura local. Además, Álvaro Seisdedos presentó su libro Fui piedra y perdí mi centro. Flamencografías, donde exploró la relación entre la imagen y la identidad flamenca, desafiando los estereotipos tradicionales.

Documentales y la esencia de Morente

El festival también incluyó la proyección del documental Morente y Barcelona, que retrata la conexión entre el célebre cantaor y la comunidad flamenca de Barcelona. Este trabajo destaca la figura de Morente como un símbolo de resistencia cultural en tiempos difíciles y su capacidad para usar el flamenco como herramienta de lucha social. Fue un recordatorio poderoso de cómo el arte puede trascender el entretenimiento y convertirse en un vehículo para el cambio.

El cierre del festival: una celebración de la comunidad

La noche de clausura estuvo marcada por actuaciones memorables. Antonio Mejías comenzó con un pregón emotivo, seguido de la presentación de Aroa de Bastián, cuyo estilo fresco y auténtico resonó en el corazón del público. La intensidad de su cante y la conexión con el público fueron palpables, llevando a todos a un estado de celebración colectiva.

Finalmente, Rafael de Utrera cerró el festival con su repertorio habitual, que nunca deja de impresionar. Su habilidad para mezclar estilos y su presencia en el escenario dejaron una impresión duradera. La noche terminó en la Sala Palo Palo con DJ Fiebre, donde el ambiente festivo continuó en cada rincón de Marinaleda, mostrando cómo el flamenco une a las personas, creando un sentido de comunidad y pertenencia.

La Fiebre del Cante es más que un festival; es una celebración de la cultura flamenca en todas sus formas. Un evento que desafía las normas y atrae tanto a puristas como a innovadores, demostrando que el flamenco está vivo y en constante evolución. En este contexto, la fiebre no solo se siente en el cuerpo, sino que también se alimenta del alma y del espíritu de todos los que aman este arte.