La vida está compuesta de momentos que dejan huella, de espacios que se tornan imprescindibles y de personas cuyas influencias perduran a lo largo del tiempo. Cada uno de nosotros tiene recuerdos que se quedan grabados en la memoria, y hay ocasiones que nunca se olvidan. Una de esas experiencias se vivió el día en que el telón del Teatro Carlo Felice, la emblemática Ópera de Génova, se cerró tras el estreno mundial del Ballet Fuenteovejuna. Este evento fue el resultado de diez meses de trabajo apasionado y entrega incondicional.
Mi historia con el mundo del ballet y la música comenzó inesperadamente. Recibí una llamada de mi “hermano” Mauricio Sotelo, quien me invitó a conocer a Antonio Gades en su casa en Madrid. En ese momento, estaba inmerso en la redacción de uno de los cincuenta libro-discos publicados bajo el título La gran música paso a paso. A pesar de las dificultades y del éxito comercial de esta obra, que se tradujo a nueve idiomas y vendió más de diez millones de copias, no había recibido ninguna regalía. Sin embargo, la tentación de conocer a uno de mis ídolos, Antonio Gades, era demasiado fuerte como para dejarla pasar.
Monté en mi vespino y me dirigí a la Plaza de Castilla, donde Antonio vivía. Aquel encuentro marcó el inicio de una colaboración que cambiaría mi vida y mi carrera. Gades necesitaba un especialista en folclore para su última obra, y Sotelo pensó que yo era la persona adecuada. La conexión fue instantánea; mientras hablábamos sobre la música para Fuenteovejuna, intentaba impresionar a Gades con mis conocimientos sobre su trabajo. Al final de nuestra conversación, me contrató y comenzamos a forjar juntos este proyecto artístico.
La búsqueda de la música adecuada
Mi rol consistía en buscar las músicas que acompañarían el ballet, basadas en un guion elaborado por el reconocido escritor José Manuel Caballero Bonald. Desde marzo de 1994, nos reuníamos diariamente, incluidos los fines de semana, para discutir cada detalle de la obra. Las largas sesiones de trabajo, que podían extenderse hasta diez horas, eran un verdadero festín de creatividad.
El proceso creativo era intenso y emocionante. A medida que avanzábamos, me di cuenta de que necesitaba un tiempo a solas para profundizar en la investigación. Así, decidí irme una semana a Urueña, donde el célebre Joaquín Díaz tenía una biblioteca de folclore reconocida por su riqueza. En esta pequeña localidad de Valladolid, donde la cantidad de librerías por habitante es notable, pasé días sumergido en la música tradicional. Allí, descubrí canciones que se convertirían en elementos clave para el ballet.
- Encontré una canción perfecta para la escena del lavadero.
- Recogí una amplia variedad de jotas, esenciales para el ambiente del ballet.
- Regresé a Madrid con grabaciones y una libreta repleta de apuntes valiosos.
El proceso creativo con Gades
Al regresar, estaba preparado para proporcionarle a Antonio lo que necesitaba. Cada día, el trabajo se tornaba más fluido y colaborativo. Un día, mientras estábamos en el estudio, Gades me sorprendió al traer un violonchelo y pedirme que tocara. A pesar de mis inseguridades sobre mi habilidad como violonchelista, ese momento se convirtió en una experiencia inolvidable. Juntos, comenzamos a crear música para las escenas del ballet, y aunque mi interpretación no era perfecta, Gades prefería la autenticidad de mis notas a la perfección técnica.
Así, en el estudio de grabación, donde el sonido se iba construyendo pieza por pieza, pasamos un mes grabando la música. La tecnología de la época requería un enfoque manual; cada corte y unión de las cintas se realizaba con papel celo, lo que hacía que el proceso fuera aún más laborioso. A pesar de las complicaciones, la energía y la dedicación del equipo eran palpables.
El gran estreno en Génova
Finalmente, llegó el momento del estreno. Partimos hacia el hermoso Teatro Carlo Felice en Génova, donde se realizó una intensa sesión de iluminación y ensayos. La ansiedad y la emoción eran evidentes en todos los miembros del equipo. Cuando por fin se levantó el telón, la respuesta del público fue abrumadora. El éxito fue inmediato, y el ambiente en el teatro era electrizante.
El momento culminante llegó al finalizar la función. Gades, que había mantenido un silencio casi monástico durante todo el proceso, se acercó a mí y, con una sonrisa, me dijo: “¡Lo conseguimos! Misión cumplida. Era todo un guerrillero.” Sus palabras resonaron en mí, y entendí que habíamos logrado crear algo significativo juntos.
Reflexiones sobre el proceso creativo
Trabajar con Antonio Gades fue una experiencia transformadora. Aprendí que la creatividad no solo se trata de la técnica, sino también de la conexión emocional que se establece entre los colaboradores. A pesar de su carácter exigente y su falta de elogios explícitos, cada momento junto a él fue una lección invaluable sobre el trabajo artístico y la dedicación total a la cultura.
Hoy, al recordar esos meses de esfuerzo y creatividad, siento una profunda gratitud por haber formado parte de una obra que no solo es un ballet, sino un homenaje a una rica tradición cultural. Fuenteovejuna no fue solo un proyecto artístico; fue una celebración de la música, el folclore y la colaboración creativa en su máxima expresión.
En el escenario y en la vida, hay momentos que marcan un antes y un después. El trabajo con Gades me enseñó que el arte es un viaje continuo, donde cada paso cuenta y cada colaboración deja una huella imborrable.



























